viernes, 29 de diciembre de 2017

Por qué he dejado de ser de izquierdas

Los que me conocen saben que, desde mi adolescencia, me he definido (tanto verbalmente como en mi praxis militante) como una persona de izquierdas (y dentro de ese mundo tan amplio, como comunista). Pensé honestamente que era la opción más adecuada para cambiar nuestra sociedad y hacerlo para mejor. Hoy escribo este texto para rectificar dicho posicionamiento. A muchos sorprenderá este cambio; lo considero a la vez —y de manera dialéctica— una continuación (pues sigo teniendo una mirada crítica sobre el capitalismo, un sistema injusto que condena a la miseria a la mayoría de la humanidad) y una ruptura (pues soy consciente de las limitaciones de la denominada “izquierda”) con mi pasado. No ha sido fácil dar este paso. Sirva este texto para explicar mis motivos a quien quiera leerlos.

Sobre la izquierda y la derecha

Desde un punto de vista histórico, la derecha precede a la izquierda, ya que la primera derecha se identificaba con el Antiguo Régimen (unión del trono y el altar, valores de honor, moral, respeto de la jerarquía,...) mientras que la izquierda se identificaba con su negación, representada en la ideología que lo iba a desbancar: el liberalismo. Esto, que el liberalismo montante representó primigeniamente a la izquierda, es algo que olvidan a menudo nuestros hombres de la derecha supuestamente conservadora, que no dudan en abrazar el liberalismo económico (inseparable del “liberalismo de izquierdas”, como veremos más adelante) creyendo que así cumplen con su deber de “hombres de derechas” defensores de la tradición. Pienso, por ejemplo, en la inmensa mayoría de militantes de PP y de VOX.

Podemos observar de esta primera definición, salida de la Revolución Francesa, que es harto difícil —si no imposible— trazar una línea clara que identifique a la izquierda con el pueblo y a la derecha con la burguesía (sirva como ejemplo la ley “Le Chapelier” de 1791, en plena Revolución Francesa, que prohibía la libertad de asociación y las organizaciones obreras).

Existe, sin embargo, una segunda definición de la izquierda/derecha, que bebe del marxismo y de la Revolución de Octubre. En este caso, lo que define la izquierda y la derecha es la relación capital-trabajo. Es de izquierdas el que está del lado del trabajo. Es de derechas el que está del lado del capital. Estarían en la izquierda, según está definición, la mayor parte de autónomos (camioneros, electricistas y otros trabajadores por cuenta propia) o dueños de PYMEs (bares, restaurantes, panaderías), ya que están del lado del trabajo productivo. Estarían en la derecha, según dicha definición, los miembros de la CEOE (ya que están en el lado de las rentas, la explotación y el parasitismo), así como los hijos de familias bien, ya sean okupas izquierdistas, como Rodrigo Lanza, o hípsters derechistas, como Willy Bárcenas de ‘Taburete’.

De estas dos definiciones de izquierda y derecha, podemos sacar la conclusión de que un movimiento que defienda, simultáneamente, la moral tradicional y el mundo del trabajo es de derechas, según la primera definición, y de izquierdas, según la segunda. Esto no significa que no exista izquierda y derecha (como diría Albert Rivera). Significa que existe una derecha moral que es —si nos detenemos a pensarlo— un freno a la liberalización de la vida y la condición de existencia de la izquierda económica y social. Significa, a la inversa, que existe una izquierda liberal, postmoderna, relativista y amoral que ha resultado ser —si nos detenemos a pensarlo— la condición ideológica de la derecha económica y financiera en su versión más brutal y abyecta.

Sirva como ejemplo el mayo del 68 francés: entre Charles de Gaulle y Daniel Cohn-Bendit, ¿quién es más de derechas? ¿El primero, que hizo que Francia se retirara de la OTAN en 1966 para llevar a cabo una política internacional más soberana e independiente, o el segundo, que forma parte del ala más belicista de la OTAN y representa los intereses anglosionistas en su ofensiva contra Siria?

¿Qué es la izquierda hoy?

Hoy en día, la izquierda no es más que la coartada humanitaria que requiere el sistema. En cada una de las guerras imperialistas a las que hemos acudido en las últimas décadas, nunca ha faltado el argumento humanitario de izquierdas para justificar la rapiña y la destrucción de las naciones en cuestión. Yugoslavia, Libia, Siria, Ucrania…

Hoy en día, la izquierda (en general, y especialmente la izquierda española) es incapaz de de representar a la Nación. En España, la izquierda es una enemiga de la Nación, a la que ataca por arriba con su defensa de la globalización y el mundialismo (abajo las fronteras, queremos otra UE, etc.) y por abajo, fomentando el separatismo, hasta el punto de que ya no existe una izquierda con un proyecto nacional, sino 17 izquierdas totalmente fragmentadas. En este punto, el de la destrucción de las naciones, la izquierda actúa —como comentaba antes— como punta de lanza y como condición ideológica necesaria del proyecto de dominación imperial del capitalismo mundial en su fase financiera especulativa y depredadora, que busca también la destrucción de las naciones y las fronteras.

Hoy en día, la izquierda es incapaz de representar al pueblo. La izquierda está instalada en el elitismo y el desprecio constante al pueblo que pretende representar, al que considera “cuñao” y “alienado” por defender la integridad territorial de su patria, la importancia de la familia como institución. En realidad, y pese al lavado de cerebro constante por parte de los medios de comunicación, el sentido común del pueblo -que sabe de manera instintiva que la destrucción de su estado-nación no le beneficia en nada, que ve en la diferenciación de sexos un valor positivo, que no es anticatólico, que se enorgullece de su país y su historia,  etc- está más cerca de su interés objetivo de lo que cualquier izquierdista medio, desde su arrogancia intelectualoide, pueda pensar.

Hoy en día, la izquierda es incapaz de representar a la mayoría, pues ha renunciado a conceptos inclusivos, como el de clase obrera, y ha hecho de la defensa de las minorías su principal causa. La izquierda ataca al varón frente a la mujer, a la mujer heterosexual frente a la lesbiana, a la lesbiana frente a la trans. Ataca al blanco, frente al “inmigrante”, al católico frente al ateo y al ateo frente al musulmán. Divide et Impera, la izquierda impide la unión de la mayoría, de la clase trabajadora, y aboca al pueblo a una lucha horizontal y fratricida entre miserables, en nombre de tal o cual privilegio.

Hoy en día, la izquierda prioriza de manera apriorística cualquier cuestión identitaria, secundaria o adjetiva (estar a favor de la inmigración, del matrimonio homosexual, del aborto, del separatismo, estar en contra de los toros). Ha renunciado a cualquier análisis de clase. A cualquier análisis serio.

Hoy en día, la izquierda es incapaz, por ejemplo, de analizar desde un punto de vista de clase la cuestión de la inmigración. Si lo hiciera, vería que la inmigración masiva no tiene nada de progresista (más bien al contrario). A diferencia de cuando se trata de un proyecto individual (te enamoras de una persona de X país y te vas a vivir con ella), cuando la inmigración es un proyecto colectivo y masivo es un drama para todos: para los países emisores, porque la emigración masiva suele deberse a fenómenos como guerras o hambrunas y porque dichos países se vacían de brazos y cabezas jóvenes que puedan levantarlos económicamente; para los trabajadores de los países receptores, por cuestiones de ‘dumping’ social; para el propio inmigrante, porque “acoger” a alguien de 30 años para que viva en un piso patera con 15 personas y sea barrendero o mantero el resto de su vida no tiene nada de humanitario ni de progresista.

Si se realizara un análisis de clase, veríamos que el nomadismo integral y la “libertad de movimientos” es la libertad del rico para irse de putas a países del tercer mundo, no la libertad del pobre del tercer mundo para hacer lo propio en países ricos. Cuando la economía era un fenómeno más local, un profesor de instituto de Barcelona podía vivir en un piso humilde en el centro. Cuando cualquier rico de cualquier país del mundo, sea saudí, ruso o estadounidense, puede venir a Barcelona a comprarse un apartamento en el centro, los precios suben y esto hace que el trabajador autóctono deba marcharse a vivir a las afueras (gentrificación lo llaman).

Y podríamos seguir.

En definitiva, hoy la izquierda, ha dejado de ser izquierda. Por eso los que somos de izquierdas tenemos que movernos para seguir siendo fieles a nosotros mismos. Hoy en día, Robespierre sería tratado de facha si defendiera el estado jacobino (de hecho “jacobino” es un insulto muy de moda entre la izquierda española). Marx sería tratado de marxchirulo o de “izquierda tricornio” por decir que lo que mueve el mundo no es la lucha de sexos, ni la de taurinos vs antitaurinos, sino la lucha de clases. Lenin y Stalin serían tratados de nazbols por decir que no tiene ningún sentido plantear el derecho de autodeterminación en una nación democrático-burguesa políticamente conformada.

Somos muchas las personas que nos considera(ba)mos de izquierdas que deseamos que surja, por fin, una izquierda desacomplejadamente obrera y nacional, que defienda al trabajador, que defienda al pueblo. Mientras tanto, vamos apoyando a lo menos malo. Pero personalmente, estoy harto de esperar. La izquierda arrastra estas dinámicas desde hace mucho tiempo, por lo que considero imposible que se deshaga de ellas de un día para otro. Es por ese motivo que considero que la izquierda como tal es algo que ya no sirve, por lo menos si se quiere ser realmente antisistema y no conformarse con la crítica inocua. Todavía albergo una pequeña esperanza en el comunismo. Pero si quiere ser una alternativa al sistema, tiene que deshacerse de estos dinámicas, debe salir de lo políticamente correcto, debe convertirse en una fuerza nacional y saber conjugar (no contraponer) revolución y tradición, tal y como hizo Stalin, tal y como hace la idea Juche.

A lo mejor es necesario comprender que un patriota, aunque no sea de izquierdas, está mucho más cerca de un comunista que un socialdemócrata o un trotskista. El mismo error que comete la derecha, cuando habla de “los rojos” y mete dentro del mismo saco a comunistas, socialdemócratas, trotskistas, anarquistas o incluso liberales (cuando en realidad no hay nada más anticomunista que un trotskista, un socialdemócrata, un anarquista o un liberal, en este orden), exactamente el mismo error cometemos nosotros cuando hablamos de “fascismo” y metemos en el mismo saco a Felipe González, al Rey, a Franco, a José Antonio Primo de Rivera, a Rajoy, a liberales, conservadores, fascistas, nacionalistas, reaccionarios, nacional-socialistas, tradicionalistas, nacional-revolucionarios, falangistas, jonsistas o a simples patriotas. 

En realidad, hay gente válida en ambos bandos, que tienen cosas interesantes que decirse, que tienen cosas interesantes que aprender los unos de los otros. Pero el sistema está hecho, de manera muy inteligente, para que gente que vive en los mismos barrios, que tiene los mismos problemas y los mismos intereses objetivos, no se una, ni siquiera se dirija la palabra, debido a miedos recíprocos. Y unos consideran que antes es preferible hablar y establecer alianzas con la izquierda postmoderna, que es lo más anticomunista que existe, y otros consideran que antes es preferible hablar y establecer alianzas con la derecha del dinero, que es lo más antipatriota que existe.

Tenemos que salir de esta lógica. Yo ya lo he hecho.

© Sergio Pesa
sergiopesablog@gmail.com
30 de diciembre de 2018

2 comentarios:

  1. Es un analisis magnifico, yo estoy en el otro lado de la trinchera y muchas de las cosas que dices me parecianasi (Como tambien la manipulacion del patriotismo por la gente que solo defiende su dineroy su parasitismo).
    Hay un movimiento en Francia que defiende eso que proclamas de forma abierta...Egalite et Reconciliation de Alain soral.

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  2. Menudo tostón, ni me lo he leído xD

    Me quedo con: "Tenemos que salir de esta lógica. Yo ya lo he hecho."

    xD xD xD

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