jueves, 1 de marzo de 2018

La izquierda esquizofrénica y el doblepensar orwelliano




 "Se olvida a menudo que el mundo moderno, bajo otra forma, es el mundo burgués, el mundo capitalista. Es un espectáculo divertido ver cómo nuestros socialistas anticristianos, concretamente anticatólicos, sin darse cuenta de su contradicción, ensalzan el mismo mundo y lo denigran, el mismo, bajo el nombre de burgués y capitalista. [...] Olvidamos, pues, que el advenimiento del mundo moderno fue, a la vez, el advenimiento del mismo mundo político, parlamentario, económico, burgués y capitalista." - Charles Péguy (escritor cristiano francés)



La influencia de la ideología liberal en nuestros medios de comunicación –y por consiguiente en lo que se ha dado a llamar “la opinión pública” – es hoy tan cruda y manifiesta que algunos periodistas, políticos o actores han denunciado la existencia de un “pensamiento único”. Me parece algo incontestable. Creo que es un término que define a la perfección la uniformidad ideológica que caracteriza el paisaje mediático contemporáneo. Dicha uniformidad alcanza cotas máximas cada vez que las instituciones capitalistas son confrontadas a una amenaza, sea esta real o ficticia (campaña contra el Brexit, Donald Trump vs Hillary Clinton, guerras de Libia o Siria…). La coincidencia absoluta de los presentadores de todos los canales,  la amplitud de las mentiras difundidas, el desfile de artistas apesebrados dando la misma opinión a modo de coro,… pueden ser comparadas, sin un ápice de exageración, a la propaganda de cualquier estado totalitario.

Sin embargo, podemos observar que, la de que los medios reproducen un “pensamiento único”, es una acusación que tiene una doble vertiente: los que están en contra del liberalismo económico remarcarán, acertadamente, que el discurso crítico en contra de las políticas de austeridad, la privatización de sectores claves de la economía (banca, energía, sanidad, educación, etc.) o la desigualdad entre pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos, ocupa un espacio absolutamente marginal (si es que ocupa algún espacio) en los debates televisivos y las tertulias radiofónicas. De la misma forma, pero en sentido opuesto, los que están en contra del liberalismo cultural (que es a lo que se refieren muchos cuando hablan, de manera equivocada, de “marxismo cultural”) pueden denunciar, de manera igualmente acertada, que sería impensable que hoy en día un presentador de televisión defendiera abiertamente la expulsión de los inmigrantes clandestinos y la pena de muerte para violadores y pederastas o que se posicionara contra el matrimonio homosexual, el derecho al aborto o la presencia de mezquitas financiadas por países del Golfo.

El hecho, es que este “discurso único” aparece sistemáticamente desdoblado: por un lado, tenemos un discurso económicamente correcto (que suele gustar más a la burguesía de derechas) y un discurso políticamente correcto (que suele ser del agrado de la burguesía de izquierdas). Nótese que la misma división del trabajo es la que existe a nivel universitario. El rol de las facultades de economía y ADE es formar a lectores de elEconomista.es y la Razón; el de las facultades de letras y humanidades es formar lectores de Diario Público y eldiario.es. Cada sector tiene su ortodoxia concretamente definida, así como sus maneras de definir la “incorrección”. La cuestión reside, pues, en preguntarse: esta dualidad interna del pensamiento único… ¿es ilógica? ¿o, por el contrario, se trata de una dualidad filosóficamente coherente? Desde mi punto de vista, es algo totalmente coherente.

En efecto, hoy es habitual diferenciar entre un “buen” liberalismo (político y cultural)  que se situaría a la izquierda del espectro político, y un “mal” liberalismo (económico-financiero, también llamado hoy neoliberalismo), situado a la derecha. Lejos de esta visión, desde el siglo XVIII, el liberalismo se presentó siempre, de manera simultánea, como un pensamiento doble: un liberalismo político y cultural (el de John Stuart Mill y Benjamin Constant) y un liberalismo económico (el de Adam Smith y David Ricardo). Estas dos versiones del liberalismo, representan en realidad las dos caras de una misma moneda; no son simplemente visiones paralelas, son visiones complementarias de una misma lógica intelectual e histórica. No existe ninguna contradicción de principio entre los liberales que luchan por la abolición de todas las fronteras por motivos económicos y los que luchan por la abolición de todas las fronteras por motivos supuestamente humanitarios. Por eso, cuando el PSOE ha gobernado, a pesar de su discurso y de los deseos de su electorado, ha mantenido la misma línea económica que el PP y por eso el PP, a pesar de su discurso y de los deseos de su electorado, no ha derogado ninguna de las leyes de la era de ZP (ni matrimonio homosexual, ni aborto, ni memoria histórica…). Las “reivindicativas” galas de premios de cine (Goya, Feroz…) y el día (o semana, o mes) del Orgullo de Madrid no son la negación majestuosa o subversiva del Foro de Davos; son, al contrario, la realización de su verdad filosófica.

Pero no es únicamente esta doble vertiente de la lógica liberal la que me ha hecho titular así la entrada, la cosa va un poco más allá de la simple constatación de la existencia de este pensamiento doble del liberalismo. La palabra doblepensar remite a la famosa novela de George Orwell, 1984, y designa el modo de funcionamiento psicológico de las personas del superestado totalitario de Oceanía. El doblepensar está basado en la mentira a uno mismo y permite a los que lo dominan mantener, al mismo tiempo, dos proposiciones lógicamente incompatibles entre sí. Así lo describía Winston (o Orwell, haciendo hablar a Winston), el protagonista de la novela:


Saber y no saber, hallarse consciente de lo que  es realmente verdad mientras se    dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente  dos  opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear  la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer  que la democracia es imposible y que el Partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre  todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Ésta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar.



Creo que esta segunda acepción de la palabra “doblepensar” encaja a la perfección con el régimen mental de buena parte de la intelectualidad liberal de izquierdas (y de extrema izquierda), desde mayo del 68 como fenómeno global y que tomó cuerpo en España bajo la era de José Luís Rodríguez Zapatero (aunque algún sector de esa intelectualidad se autodefina como contraria al PSOE y ZP). Su abandono del socialismo científico (considerado un proyecto “totalitario”) y su sumisión progresiva al liberalismo político y cultural (las identity politics son solamente una de sus múltiples manifestaciones) y el hecho de que el significante “de izquierdas” se asocie todavía de manera importante al anticapitalismo (como reminiscencia de un pasado lejano en el que los partidos comunistas eran, en efecto, anticapitalistas), impide que las personas “de izquierdas” asuman de manera serena las implicaciones económicas últimas de su liberalismo cultural.
Para mantener una apariencia de coherencia filosófica y de no-traición a su historia y sus principios, esta izquierda se ve obligada a mentirse a sí misma permanentemente y a inventarse enemigos ideológicos a su medida (designados generalmente bajo el nombre de “reaccionarios”, “fachas”, etc.).
En 1848, Marx describió, en el Manifiesto Comunista, la sociedad burguesa y el sistema capitalista de la siguiente manera:

Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Ha arrancado implacablemente los abigarrados lazos feudales que ataban al hombre con sus “superiores naturales”, los desgarró sin piedad y no dejó en pie más vínculo entre los hombres que el del desnudo interés, el del dinero contante y sonante, el del frío “pago al contado”.  Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.  Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los nobles ideales políticos y religiosos, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación. […] La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los medios de producción, que equivale a decir el sistema de producción entero, y con él todo el régimen social.  Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria la intangibilidad y persistencia del régimen de producción vigente.  La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una inseguridad perpetuas.  Todas las relaciones sociales tradicionales e inmóviles del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias admitidas  y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces.  Todo lo que se creía sólido, permanente y perenne se esfuma, todo lo sagrado es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida, sus condiciones de existencia y sus relaciones con los demás.


Marx supo ver que el desarrollo del sistema capitalista implicaba, en última instancia y de manera inevitable, la desacralización y profanación de lo sagrado y lo tradicional en aras del mercado y sus ganancias. Nuestra intelectualidad de izquierdas ha decretado, al contrario, que la ideología cultural que propugna la sociedad liberal contemporánea fundada en la moda, el espectáculo y el consumismo masivo es el tradicionalismo conservador: el decoro religioso y el reforzamiento continuo de las instituciones patriarcales y de nuestras obligaciones patrióticas y militares. Obviamente, basta mirar durante media hora la MTV, la Sexta o Telecinco para ser consciente de hasta qué punto es delirante esa visión de las cosas (y hasta qué punto el barbudo alemán era consciente de la naturaleza del nuevo mundo que nacía ante sus ojos).

Esta delirante percepción no es baladí, sino que es una de los pilares maestros en los que se apoya el equilibro psicológico de nuestra intelectualidad. Sin esa falsa percepción, les sería prácticamente imposible continuar llamando insistentemente a transgredir todas las fronteras, todas las barreras y todos los límites culturales y morales establecidos. Y si continuaran haciéndolo, les sería del todo imposible presentarlo como una subversión del capitalismo y la sociedad de consumo. Les sería imposible seguir presentando esa “transgresión” como algo transgresor, porque, desde hace ya unas décadas, la transgresión se ha convertido en la norma (es la dialéctica, amigo).

viernes, 29 de diciembre de 2017

Por qué he dejado de ser de izquierdas

Los que me conocen saben que, desde mi adolescencia, me he definido (tanto verbalmente como en mi praxis militante) como una persona de izquierdas (y dentro de ese mundo tan amplio, como comunista). Pensé honestamente que era la opción más adecuada para cambiar nuestra sociedad y hacerlo para mejor. Hoy escribo este texto para rectificar dicho posicionamiento. A muchos sorprenderá este cambio; lo considero a la vez —y de manera dialéctica— una continuación (pues sigo teniendo una mirada crítica sobre el capitalismo, un sistema injusto que condena a la miseria a la mayoría de la humanidad) y una ruptura (pues soy consciente de las limitaciones de la denominada “izquierda”) con mi pasado. No ha sido fácil dar este paso. Sirva este texto para explicar mis motivos a quien quiera leerlos.

Sobre la izquierda y la derecha

Desde un punto de vista histórico, la derecha precede a la izquierda, ya que la primera derecha se identificaba con el Antiguo Régimen (unión del trono y el altar, valores de honor, moral, respeto de la jerarquía,...) mientras que la izquierda se identificaba con su negación, representada en la ideología que lo iba a desbancar: el liberalismo. Esto, que el liberalismo montante representó primigeniamente a la izquierda, es algo que olvidan a menudo nuestros hombres de la derecha supuestamente conservadora, que no dudan en abrazar el liberalismo económico (inseparable del “liberalismo de izquierdas”, como veremos más adelante) creyendo que así cumplen con su deber de “hombres de derechas” defensores de la tradición. Pienso, por ejemplo, en la inmensa mayoría de militantes de PP y de VOX.

Podemos observar de esta primera definición, salida de la Revolución Francesa, que es harto difícil —si no imposible— trazar una línea clara que identifique a la izquierda con el pueblo y a la derecha con la burguesía (sirva como ejemplo la ley “Le Chapelier” de 1791, en plena Revolución Francesa, que prohibía la libertad de asociación y las organizaciones obreras).

Existe, sin embargo, una segunda definición de la izquierda/derecha, que bebe del marxismo y de la Revolución de Octubre. En este caso, lo que define la izquierda y la derecha es la relación capital-trabajo. Es de izquierdas el que está del lado del trabajo. Es de derechas el que está del lado del capital. Estarían en la izquierda, según está definición, la mayor parte de autónomos (camioneros, electricistas y otros trabajadores por cuenta propia) o dueños de PYMEs (bares, restaurantes, panaderías), ya que están del lado del trabajo productivo. Estarían en la derecha, según dicha definición, los miembros de la CEOE (ya que están en el lado de las rentas, la explotación y el parasitismo), así como los hijos de familias bien, ya sean okupas izquierdistas, como Rodrigo Lanza, o hípsters derechistas, como Willy Bárcenas de ‘Taburete’.

De estas dos definiciones de izquierda y derecha, podemos sacar la conclusión de que un movimiento que defienda, simultáneamente, la moral tradicional y el mundo del trabajo es de derechas, según la primera definición, y de izquierdas, según la segunda. Esto no significa que no exista izquierda y derecha (como diría Albert Rivera). Significa que existe una derecha moral que es —si nos detenemos a pensarlo— un freno a la liberalización de la vida y la condición de existencia de la izquierda económica y social. Significa, a la inversa, que existe una izquierda liberal, postmoderna, relativista y amoral que ha resultado ser —si nos detenemos a pensarlo— la condición ideológica de la derecha económica y financiera en su versión más brutal y abyecta.

Sirva como ejemplo el mayo del 68 francés: entre Charles de Gaulle y Daniel Cohn-Bendit, ¿quién es más de derechas? ¿El primero, que hizo que Francia se retirara de la OTAN en 1966 para llevar a cabo una política internacional más soberana e independiente, o el segundo, que forma parte del ala más belicista de la OTAN y representa los intereses anglosionistas en su ofensiva contra Siria?

¿Qué es la izquierda hoy?

Hoy en día, la izquierda no es más que la coartada humanitaria que requiere el sistema. En cada una de las guerras imperialistas a las que hemos acudido en las últimas décadas, nunca ha faltado el argumento humanitario de izquierdas para justificar la rapiña y la destrucción de las naciones en cuestión. Yugoslavia, Libia, Siria, Ucrania…

Hoy en día, la izquierda (en general, y especialmente la izquierda española) es incapaz de de representar a la Nación. En España, la izquierda es una enemiga de la Nación, a la que ataca por arriba con su defensa de la globalización y el mundialismo (abajo las fronteras, queremos otra UE, etc.) y por abajo, fomentando el separatismo, hasta el punto de que ya no existe una izquierda con un proyecto nacional, sino 17 izquierdas totalmente fragmentadas. En este punto, el de la destrucción de las naciones, la izquierda actúa —como comentaba antes— como punta de lanza y como condición ideológica necesaria del proyecto de dominación imperial del capitalismo mundial en su fase financiera especulativa y depredadora, que busca también la destrucción de las naciones y las fronteras.

Hoy en día, la izquierda es incapaz de representar al pueblo. La izquierda está instalada en el elitismo y el desprecio constante al pueblo que pretende representar, al que considera “cuñao” y “alienado” por defender la integridad territorial de su patria, la importancia de la familia como institución. En realidad, y pese al lavado de cerebro constante por parte de los medios de comunicación, el sentido común del pueblo -que sabe de manera instintiva que la destrucción de su estado-nación no le beneficia en nada, que ve en la diferenciación de sexos un valor positivo, que no es anticatólico, que se enorgullece de su país y su historia,  etc- está más cerca de su interés objetivo de lo que cualquier izquierdista medio, desde su arrogancia intelectualoide, pueda pensar.

Hoy en día, la izquierda es incapaz de representar a la mayoría, pues ha renunciado a conceptos inclusivos, como el de clase obrera, y ha hecho de la defensa de las minorías su principal causa. La izquierda ataca al varón frente a la mujer, a la mujer heterosexual frente a la lesbiana, a la lesbiana frente a la trans. Ataca al blanco, frente al “inmigrante”, al católico frente al ateo y al ateo frente al musulmán. Divide et Impera, la izquierda impide la unión de la mayoría, de la clase trabajadora, y aboca al pueblo a una lucha horizontal y fratricida entre miserables, en nombre de tal o cual privilegio.

Hoy en día, la izquierda prioriza de manera apriorística cualquier cuestión identitaria, secundaria o adjetiva (estar a favor de la inmigración, del matrimonio homosexual, del aborto, del separatismo, estar en contra de los toros). Ha renunciado a cualquier análisis de clase. A cualquier análisis serio.

Hoy en día, la izquierda es incapaz, por ejemplo, de analizar desde un punto de vista de clase la cuestión de la inmigración. Si lo hiciera, vería que la inmigración masiva no tiene nada de progresista (más bien al contrario). A diferencia de cuando se trata de un proyecto individual (te enamoras de una persona de X país y te vas a vivir con ella), cuando la inmigración es un proyecto colectivo y masivo es un drama para todos: para los países emisores, porque la emigración masiva suele deberse a fenómenos como guerras o hambrunas y porque dichos países se vacían de brazos y cabezas jóvenes que puedan levantarlos económicamente; para los trabajadores de los países receptores, por cuestiones de ‘dumping’ social; para el propio inmigrante, porque “acoger” a alguien de 30 años para que viva en un piso patera con 15 personas y sea barrendero o mantero el resto de su vida no tiene nada de humanitario ni de progresista.

Si se realizara un análisis de clase, veríamos que el nomadismo integral y la “libertad de movimientos” es la libertad del rico para irse de putas a países del tercer mundo, no la libertad del pobre del tercer mundo para hacer lo propio en países ricos. Cuando la economía era un fenómeno más local, un profesor de instituto de Barcelona podía vivir en un piso humilde en el centro. Cuando cualquier rico de cualquier país del mundo, sea saudí, ruso o estadounidense, puede venir a Barcelona a comprarse un apartamento en el centro, los precios suben y esto hace que el trabajador autóctono deba marcharse a vivir a las afueras (gentrificación lo llaman).

Y podríamos seguir.

En definitiva, hoy la izquierda, ha dejado de ser izquierda. Por eso los que somos de izquierdas tenemos que movernos para seguir siendo fieles a nosotros mismos. Hoy en día, Robespierre sería tratado de facha si defendiera el estado jacobino (de hecho “jacobino” es un insulto muy de moda entre la izquierda española). Marx sería tratado de marxchirulo o de “izquierda tricornio” por decir que lo que mueve el mundo no es la lucha de sexos, ni la de taurinos vs antitaurinos, sino la lucha de clases. Lenin y Stalin serían tratados de nazbols por decir que no tiene ningún sentido plantear el derecho de autodeterminación en una nación democrático-burguesa políticamente conformada.

Somos muchas las personas que nos considera(ba)mos de izquierdas que deseamos que surja, por fin, una izquierda desacomplejadamente obrera y nacional, que defienda al trabajador, que defienda al pueblo. Mientras tanto, vamos apoyando a lo menos malo. Pero personalmente, estoy harto de esperar. La izquierda arrastra estas dinámicas desde hace mucho tiempo, por lo que considero imposible que se deshaga de ellas de un día para otro. Es por ese motivo que considero que la izquierda como tal es algo que ya no sirve, por lo menos si se quiere ser realmente antisistema y no conformarse con la crítica inocua. Todavía albergo una pequeña esperanza en el comunismo. Pero si quiere ser una alternativa al sistema, tiene que deshacerse de estos dinámicas, debe salir de lo políticamente correcto, debe convertirse en una fuerza nacional y saber conjugar (no contraponer) revolución y tradición, tal y como hizo Stalin, tal y como hace la idea Juche.

A lo mejor es necesario comprender que un patriota, aunque no sea de izquierdas, está mucho más cerca de un comunista que un socialdemócrata o un trotskista. El mismo error que comete la derecha, cuando habla de “los rojos” y mete dentro del mismo saco a comunistas, socialdemócratas, trotskistas, anarquistas o incluso liberales (cuando en realidad no hay nada más anticomunista que un trotskista, un socialdemócrata, un anarquista o un liberal, en este orden), exactamente el mismo error cometemos nosotros cuando hablamos de “fascismo” y metemos en el mismo saco a Felipe González, al Rey, a Franco, a José Antonio Primo de Rivera, a Rajoy, a liberales, conservadores, fascistas, nacionalistas, reaccionarios, nacional-socialistas, tradicionalistas, nacional-revolucionarios, falangistas, jonsistas o a simples patriotas. 

En realidad, hay gente válida en ambos bandos, que tienen cosas interesantes que decirse, que tienen cosas interesantes que aprender los unos de los otros. Pero el sistema está hecho, de manera muy inteligente, para que gente que vive en los mismos barrios, que tiene los mismos problemas y los mismos intereses objetivos, no se una, ni siquiera se dirija la palabra, debido a miedos recíprocos. Y unos consideran que antes es preferible hablar y establecer alianzas con la izquierda postmoderna, que es lo más anticomunista que existe, y otros consideran que antes es preferible hablar y establecer alianzas con la derecha del dinero, que es lo más antipatriota que existe.

Tenemos que salir de esta lógica. Yo ya lo he hecho.

© Sergio Pesa
sergiopesablog@gmail.com
30 de diciembre de 2018